Corría el año 1952, cuando un 13 de abril que prometía primaveras, nació en el sector de “Tu Sabes”, del municipio de Chinchiná, Luis Alberto Cardona Mejía. Creció en medio de juegos como el cinco huecos, las calles de la Chinchiná apacible de esa época, donde sentado en la base del monumento a “La Aguadora” en el centro del Parque Principal, se le ocurrían cosas como gritarle a un policía al verlo pasar “Señor agente paticaliente, le falta un diente pa’ ser teniente”. Lucía orgulloso los zapatos marca Grulla que su padre le entregaba cada dos años “pa’ que vaya a la escuela” (La Santander) y él tenía la necesidad de presumir, de mostrarle al mundo que estaba estrenando zapatos, entonces recurría al truco de ponérselos al revés y gritar a todo pulmón “No me pise mis pinrieles” -palabra de su cosecha-. Su bachillerato lo inició en el Colegio Oficial de San Francisco. Entre clase y clase, se perdía una que otra para ir con sus compañeros a escuchar “melodía”, la música de Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, Toña La Negra, etc., que aún se oye en los cafés del municipio. Allí empezó a asomarse al mundo su espíritu de defensor del otro, de la identidad, de la dignidad, de la libertad. Quizá la primera muestra de ese carácter rebelde pero protector sucedió cuando su primera novia le llevó de presente un hermoso canario enjaulado y él, sin dar las gracias ni pensarlo dos veces, abrió la jaula y desde el balcón de la casa paterna lo liberó. “Por enjaular el pajarito ya no eres mi novia”. Como dice aquella canción de la trova social: “Por el pájaro enjaulado, por el pez en la pecera yo te nombro libertad…”
Sin terminar su bachillerato se vio obligado a salir de Chinchiná y enfrentarse con la dureza de la supervivencia en Bogotá, donde culmina, entre hambres, soledades, fríos y temores, su secundaria y fortalece su rebeldía contra lo que considera injusticia.
Se fue convirtiendo en un hombre de manos anchas, grandes, acogedoras y generosas, las mismas con que protegía a su hermana menor convertida en madre–niña, brindándole el calor humano y la solidaridad que tanto necesitaba, llevándole suavemente, sin imponérselo, a formarse en la militancia y en la defensa de los Derechos Humanos. Una noche bogotana, sentados los dos en la Plaza de Bolívar, con el frío calando los huesos y el hambre lacerando las entrañas, él le dijo “Pastorita, hagamos un trato: si yo muero primero que tú, me cantas la canción El Elegido de Silvio Rodríguez (aunque tú cantas muy bonito, pero se te oye mejor callada); si te toca, levanta tu voz con valor, con mucho valor. Si tú te vas primero, canto tu “Samba de la esperanza”. El doloroso trato se hizo realidad, como en el vallenato de Escalona. Tal vez es una de las muchas razones por las que su hermana no permite que la llamen por su segundo nombre. Tal vez se lo deja solo a él.
En 1982 empezó a recibir amenazas, así que salió seis meses del país hacia la Unión Soviética, y a su regreso decidió llegar a su pueblo natal, donde empezó su labor de educador y asesor de los sindicatos, comunidades y organizaciones. Su voz se levantaba en la esquina del Café Iris en el Parque de Chinchiná, para denunciar las violaciones a los DDHH, en particular las desapariciones de jóvenes que habían empezado a darse en el municipio. Se dirigía fundamentalmente a ellos, a los jóvenes, diciéndoles, por ejemplo, “Vivan como si fueran a morir mañana y estudien como si fueran a vivir cien años”. Causaba ampolla con sus charlas de Economía Política (había obtenido su título de economista en la Universidad Jorge Tadeo Lozano), en las que además de impartir conocimientos denunciaba las condiciones de trabajo infrahumanas a las que eran sometidos los jornaleros recogedores de café y las consecuencias negativas que implicó la imposición de cambiar la variedad del grano que se sembraba: pasar del café arábigo, que requería sombra, al café caturro que, al no necesitarla, eliminó los cultivos de pancoger, fue un duro golpe para la autonomía y el bienestar de los campesinos. Fue elegido concejal de Chinchiná en representación de la Unión Patriótica, tarea que asumió con la disciplina y compromiso que le enseñaba su militancia en el Partido Comunista Colombiano. Además de su actividad en el Concejo, su labor de defensa de los Derechos Humanos, y sus constantes denuncias de la aparición en el municipio de brotes de sicariato impulsados por el narcotráfico, fue cofundador del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos en Caldas (CPDH). Siguió siendo víctima de amenazas constantes, por lo que nuevamente salió de Colombia. Al regresar seis meses después, amigos, compañeros del CPDH, hermanas, camaradas, le sugirieron que saliera de Chinchiná para cuidar su vida, pero el respondía “este es mi pueblo, aquí nací”. En ese contexto, el constante hostigamiento le hacía sentir como si la muerte, queriendo serle impuesta por quienes necesitaban callar su voz denunciante, le respirase en la nuca.
Un día Libardo Antonio Rengifo Vargas sufrió el dolor y la rabia por el asesinato de uno de sus amigos más allegados, el maestro y camarada partidario, Luis Alberto Cardona Mejía, con quien integró el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, CPDH Caldas. Fue una despedida fogosa de reconocimiento y de denuncia que culminó con el siguiente compromiso: “Se va el maestro. Pero vete tranquilo, maestro, que tus alumnos seguimos con las banderas enhiestas”. Un mes después, el domingo 30 de abril de 1989, cuando iba de paseo con sus amigos y su novia para La Rochela en una camioneta, Libardo se bajó para comprar un pollo asado a la salida de Palestina. Al intentar subirse de nuevo al transporte, un sicario se le acercó y lo dejó con múltiples heridas y sus sueños hechos pedazos. Se va sin ser su tiempo el 2 de mayo, cuando su vida apenas sumaba los 29 años, una partida temprana y obligada que da por terminados sus preparativos de matrimonio y sin que conociera la hija de dos meses de gestación. Eran momentos de crisis en los que la vida no valía nada para algunos, pero para Libardo Antonio Rengifo Vargas la vida valía todo. Hoy es recordado, admirado y reconocido por lo que hizo en favor de su pueblo, integrando la galería de personajes notables.
Fue profesor en la Facultad de Economía de la Universidad de Risaralda en el municipio de Santa Rosa de Cabal, donde creó la cátedra de Derechos Humanos. Es el único colombiano a quien el Congreso Sudafricano de la Liberación Racial le otorgó la “Medalla Nelson Mandela”, reconociendo su labor de defensor de Derechos Humanos, su lucha contra el racismo, y la eliminación del apartheid. El 4 de abril de 1989, una semana antes de que Luis Alberto cumpliera 37 años, Chinchiná amaneció con un cielo gris, medio triste, premonitorio. Almorzó con su pequeña hija y con su compañera de vida (fríjoles con pezuña que ella le preparó con amor). Hacia las 12:00 del día abordó la buseta de Chinchiná a Santa Rosa con rumbo a la Universidad, pero en el sitio denominado “Tarapacá” la buseta fue detenida por dos sujetos que viajaban en un vehículo particular. Abordaron, llamaron a Luis Alberto y le exigieron que se bajara del vehículo. El respondió: “No me bajo, si me van a matar lo hacen aquí”. Los hombres encañonaron al conductor, obligaron a los pasajeros a agacharse y dispararon siete proyectiles al hermoso rostro del defensor. Abandonaron con rapidez la buseta mientras el conductor corría hacia el hospital. Era tarde: la vida se fue, arrebatada por la criminalidad estatal, práctica sistemática auspiciada por entes oficiales para acallar las voces y el pensamiento diferente. Esta ausencia impuesta, criminal, les negó a su hijo e hijas crecer con su padre, le negó a sus hermanas y hermanos y a toda su familia, la alegría y la solidaridad que siempre acompañaba su cotidianidad; se le robó al PCC y a la UP su activismo, sus aportes militantes, se le despojó al CPDH de uno de sus mejores integrantes, y al pueblo de Chinchiná y a la Nación la vida de un valioso y comprometido defensor de DDHH.
Su sepelio fue acompañado masivamente: marcharon por las calles de Chinchiná, desde la Iglesia de las Mercedes hasta el Cementerio Central, mujeres, jóvenes, sindicalistas, su familia, sus amigos. La rabia, el dolor, la impotencia, casi se podían tocar en el ambiente. Las y los jóvenes coreaban a todo pulmón “Luis Alberto al gobierno denunció, el gobierno lo mató. Presente, siempre presente”. Y allí, en el camposanto sus hermanos entonaron aquel hermoso bolero ranchero “La barca”, que dice “Yo ya me voy al puerto donde se halla la barca de oro que habrá de conducirme, yo ya me voy, solo vengo a despedirme…” Luego, la hermana menor, dolida, herida, sintiendo su corazón estallar de tristeza e impotencia, levantó su voz de tarro y mientras el féretro era introducido en la morada fría y solitaria, cumplió el trato: “Siempre que se hace una historia se habla de un viejo, de un niño o de sí, pero mi historia es difícil: no voy a hablarles de un hombre común, haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia…”. Pero la voz de su hermana se hizo más fuerte y clara al despedirlo con un “Hasta siempre hermano querido, hermano del alma, hasta siempre camarada”. Una semana después, de regreso a su hogar en otra región del país, logró por fin desatar el llanto. Solitaria, enfurecida, solo la alivia escuchar aquella hermosa trova “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos, y a partir de este momento es prohibido llorar”. Luis Alberto no fue un hombre perfecto (no hubiese sido humano entonces). Sencillamente asumió con alegría y responsabilidad la tarea de ser militante del PCC, defensor de Derechos Humanos y se esmeró en ser consecuente con sus ideas, con sus palabras, con sus discursos en plazas públicas. Algunas de esas palabras, que expresaban su compromiso de lucha por la paz en nuestro país, las dejó escritas en un canto de absoluta vigencia, como saludo de fin de año a amigos y familiares en la Navidad de 1988, pocos meses antes de su asesinato: "Hagamos de la paz un juramento hagamos del miedo un viejo cuento hagamos de la violencia algo proscrito hagamos del amor poema y rito hagamos paz sin celo ni lamento hagámosla ya, sin pasiones, sin dogmas, sin mitos".