Los caminos de la vida

Albeiro González Osorio

Albeiro González Osorio

POR: Laura Montoya


Los recuerdos se trazan en el presente a través de las palabras, como trochas vivas, donde se inscriben las más preciadas historias. Esta es la de Albeiro González Osorio, quien nació el 26 de septiembre de 1972 en la vereda La Divisa de Salamina, Caldas. Fue un chiquillo amante de las bicicletas, con ojos de tonalidades azules y verdes que adornaban la inocencia de su rostro, en el que las sonrisas pícaras se trazarían por el resto de la vida, en medio de las bromas que hacían al alma hablar a carcajadas, mientras se burlaba de pequeñeces.

Ya un poco mayor, cuando se trasladó al municipio de Salamina, decidió que los estudios no eran su camino. Empezó apasionarse por el trabajo y por acompañar a su madre en las travesías de los negocios, donde su creatividad e ingenio le ayudaron a trazar sus propios caminos, con la fuerza de sus aspiraciones para el futuro, y le permitían hacer de sus sueños un motivo para configurar su presente, para trabajar en sus negocios y así mismo superar sus conocimientos. Aprendió el oficio de la panadería a través de su madre, quien por teléfono le enseñó todo el proceso de preparación del pan. Se convirtió en un excelente panadero y repostero. Sus tortas eran exquisitas, decoradas creativamente con el merengue que, lentamente, se derretía en medio del sol picante que adornaba el cielo de Bugalagrande, un municipio del Valle del Cauca al que llegó siguiendo los pasos de su madre, para quien siempre tuvo una frase particular: “listo madrecita, va pa’ esa”. En este lugar era conocido como El Paisita y considerado un amable comerciante que no veía a nadie como un forastero; para él sus clientes se convertían en amigos. Fue un hombre reconocido por su amabilidad, sus muchas amistades y una generosidad de corazón que parecía de otras épocas.


Tenía imán para las mujeres. Las conquistaba con la risa pícara, con su porte de caballero, cuerpo delgado, que resaltaba por su elegancia y excelente gusto para vestir. Diversas mujeres fueron protagonistas en su vida, como encrucijadas con las cuales se vivían experiencias maravillosas, pero también dolorosas. A ellas les entonaba canciones de despecho y rancheras como “Qué de raro tiene”, en medio de las fiestas en las discotecas y los traguitos de cerveza que refrescaban la garganta. Era un hombre a quien le gustaba celebrar el existir, compartir con sus amigos y admirar las sonrisas de su madre, fiel compañera, testigo y confidente de sus encrucijadas.

Albeiro Gonzalez a caballo
Esta imagen reflejo de su pasión por los caballos y las rancheras. Albeiro era protagonista de las cabalgatas en Bigalagrande y Salamina.

Su creatividad aparecía en los festejos. Albeiro siempre decidía comprar llamativas máscaras de graciosos rostros con, los cuales hacía que los demás se partieran de risa. Era un amante de las cabalgatas. Incluso logró comprar un caballo, sobre el que lucía la elegancia de un sombrero de ala ancha que le adornaba el rostro y combinaba con sus zamarros y carriel. Asistía a las cabalgatas con su traje vaquero en Salamina y Bugalagrande.

Tenía 32 años de existencia y continuaba apostándole a sus sueños proyectando irse a Bogotá, donde encontró la posibilidad de crear un nuevo negocio para poder darle una manito a la casa de bahareque de su madre en Salamina, que se había deteriorado un poco. Pero en su andar, el camino hostil e inmenso del conflicto armado se expandía silenciosamente como la maleza, invadiendo su vida y sus sueños. El acecho de los grupos paramilitares llegó a muchas regiones donde se vivían hechos atroces. En el Valle del Cauca las situaciones no eran diferentes: Bugalagrande fue un municipio tranquilo, pero, en medio del sol que acariciaba su cielo, el ambiente permanecía tenso por la expectativa permanente de las posibles emboscadas a las autoridades. En el municipio de Bolívar, Valle del Cauca, el auge de la siembra de la hoja de coca para fines ilícitos llevó a los paramilitares a tomar el territorio bajo la ley de las armas en la zona del Cañón de Garrapatas. Era difícil predecir cuándo y a quién la maleza le tocaría la vida.

Mientras tanto, el camino de Albeiro se centraba en la posibilidad de trabajar muy fuerte en las Fiestas del Retorno en Bugalagrande para tener cómo iniciar su travesía hacia Bogotá. Le pidió a su madre que lo acompañara para el fuerte trabajo que se venía. Amaneció el sábado 6 de agosto del 2005 y Albeiro se preparaba para hornear el pan, pero antes decidió ir a saludar a un amigo suyo, el señor Orlando Garzón. Él, por su parte, se preparaba ese día para ir a La Tulia, corregimiento de Bolívar, a visitar un local para instalar un nuevo negocio, pero el jeep en que se desplazaría presentó fallas mecánicas y el viaje parecía que no iba suceder. Cuando llegó Albeiro, el señor Orlando le pidió el favor de acompañarlo en motocicleta.

“Teresa Osorio no olvida a su hijo. Lo tiene muy presente en un altar que organizó en la Cafetería Familiar, negocio que tiene en el Parque Bolívar en Salamina, donde no pierden la esperanza de saber algo de Albeiro González.” | FUENTE: La Patria, 25 de Agosto de 2011.

El trayecto era tan corto, ¡tan solo 25 minutos en el reloj separaban a Bugalagrande de la Tulia! Pero los 25 minutos se han prolongado por 12 años. Su llegada a La Tulia se dio en medio del ambiente hostil que impone la ley de las armas. Los testimonios de algunas personas sostienen que Albeiro y el señor Orlando llegaron hasta una cafetería y preguntaron por el local y su propietario, pero fueron notificados de que esa persona había tenido que huir por amenazas y que lo mejor era que ellos también regresaran pronto, ya que sobre las calles había ojos del poder que podrían señalarlos. En el camino de regreso, la maleza tocó su vida y su destino desapareció como su cuerpo y sus pertenencias.

Éste es el momento en que su madre todavía lo espera. Ella inició su búsqueda por los caminos que su hijo transitó, en medio de la angustia y el dolor, pero todas las esperanzas se diluyeron cuando un paramilitar aceptó que los panaderos de Buga habían sido asesinados y arrojados a una fosa, testigo muda de la barbarie, justo después de que sacaron su dinero de la cuenta del banco. Su madre presume la tortura a la cual fue expuesto para dar los cuatro dígitos de la clave. Un llanto silencioso le agobia el alma por no ver sus sonrisas y escuchar sus bromas, mientras como familiar exige la reparación integral, porque su ausencia ha roto vidas, sueños y estabilidades.

Carlos Osorio