"El hombre de
las Multitudes"

Ruben Castaño

Ruben Castaño

POR: Mery Martínez


“Y aunque el olvido, que todo destruye haya matado mi vieja ilusión guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón”
Carlos Gardel, Alfredo Lepera. “Volver”

Como recuerdo quedaron esas tertulias de aguardiente y vino al son de tango con las que “El viejo”, como lo llaman sus hijos, acostumbraba a deleitar con sus camaradas. Ese recuerdo que a través de la memoria intacta de quienes lo conocieron en vida nos habla de un hombre alto y de voz imponente, que se tomaba los parques de Caldas para dar discursos antes de que las infames balas acabaran con el sonido de sus palabras, pero nunca con su eco.

Rubén Castaño Jurado era el militante de la vida y de la historia, comprometido con las justas causas de la defensa de los derechos de los trabajadores de Caldas. Desde muy joven fue rebelde, crítico, andaba dando pasos en el mundo, según su hermano, “como chocándose contra él”; tal vez por eso aprendió a amar la vida y a luchar por ella. Segundo hijo de 10, de una familia de tradición campesina, dio sus primeros pasos en el mundo político en el Sindicato de Trabajadores de la Universidad de Caldas, de donde salió despedido por apoyar una huelga. Pero nada de eso detuvo esa fuerza que tanto le gustó a su abuela Gregoria y que lo llevó a la dirigencia de la Federación de Trabajadores de Caldas, FTC. Recorrió el departamento exigiendo derechos y posicionando las ideas del socialismo; un autodidacta que aprendió de filosofía, economía, política y socialismo leyendo mientras desayunaba.

Su voz imponente resonó en los innumerables discursos que dió durante su militancia en los parques de Caldas.

Ruben Castaño como orador

Conoció a su compañera de vida, Amilbia, a los 14 años, a quien amó y admiró hasta su último aliento y con quien tuvo cinco hijos, Gonzalo, Walter, Ricardo, Mario y Rubén; a ella, a sus hijos y a la causa socialista les dedicó toda su vida inculcando en el seno familiar los principios de la trasparencia, el estudio, la militancia, el amor por la vida, la lectura, la protección y la lucha por el pueblo: no por nada los Castaño de Caldas son esa familia de tradición comunista, eternos militantes de la Unión Patriótica, UP, que por años han dejado sus luchas, sueños y hasta su sangre por sus convicciones. Su legado dejó un precepto en la historia política del departamento, como dirigente del Partido Comunista Colombiano, PCC. Militó en sus filas reclamando derechos de los trabajadores, pues su gran capacidad para entender los reclamos de la sociedad manizaleña lo llenó de un gran discurso que movía y enardecía al pueblo cansado de la injusticia y la falta de oportunidades.

Su eterno compromiso con el cambio social y con los principios del Partido lo llevaron a encarar a la clase dominante en el Concejo de Manizales, donde tuvo una curul en varias oportunidades.

A mediados de los años 80, en un tiempo de revuelo político en el país, Rubén compartía un intercambio epistolar con su hijo Ricardo que se encontraba en Rusia estudiando. En sus cartas le contaba del lanzamiento del nuevo partido Unión Patriótica, con el reto de llevarlo a las ciudades para que cogiera el mismo “impulso verraquísimo” que estaba tomando en las regiones agrarias; con sus palabras de aliento, y esperanza le narraba el quehacer y el día a día de la militancia política, las preocupaciones por los allanamientos en la Federación de Trabajadores de Caldas, en la Casa del Pueblo y en la sede del PCC, la captura que sufrieron él y varios de sus camaradas, así como las acciones de respuesta que, impulsadas por otro de sus hijos, Gonzalo, emprendieron por radio y prensa invitando a una marcha de protesta, con la que se logró la liberación de todos los detenidos. Sus cartas son ahora el reflejo de la historia de aquellos hombres y mujeres que con una idea de utopía quisieron cambiar el país, pero que desafortunadamente fueron exterminados en el genocidio de la UP.

Invitación que Ruben Castaño usó para visitar la Plaza Roja, durante su viaje a Rusia en 1986. Para esa época, solo las personas que tuvieran la invitación podían entrar al lugar.

Telegrama
Telegrama con la noticia de la muerte de Ruben.


En esos tiempos de “confusión organizada, como los llamaría Bertolt Brecht, un manto de injusticia rondaba a quienes, como Rubén, “nunca aceptaron lo habitual como cosa natural”, a pesar de las acciones de represión y el miedo como herramienta paraestatal.

Estas acciones fueron la antesala de lo que sucedió el 28 de noviembre de 1985. Era un jueves y, luego de tomarse un tinto con su hijo Walter en la cafetería cercana a la sede de la FTC, Rubén se encontró con su amada Amilbia y la acompañó hasta el bus que la llevaría al trabajo. En su regreso, cuatro disparos impactaron en su espalda, su hijo Walter alertado por el sonido de las balas salió y lo encontró envuelto en sangre. Rubén murió ese día en la puerta de la Federación y la noticia de su muerte se regó por los periódicos locales y nacionales. Algunos de sus hijos se enteraron de la noticia por la radio; Ricardo, por su parte, se enteró dos días más tarde por un telegrama que contenía tres palabras que cambiarían su vida: “Papá murió. Llame”, enviado y firmado por su hermano Gonzalo Castaño, asesinado cinco años después en el mismo genocidio.

La muerte de Rubén es uno de los más de 5.000 asesinatos que hicieron parte del sistemático plan para acabar con esos hombres y mujeres que construyen cambios, esos, como diría Bertolt Brecht, “imprescindibles”, históricamente perseguidos por querer transformar la sociedad hacia un país con justicia social. Al “Viejo” lo mataron por criticar el modelo económico, por ir en contra de la clase dominante, por ser comunista. Este crimen aún está en la impunidad, pero seguirá en la memoria de quienes aún luchan y resisten ante el olvido.

Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht

Gabriel Cartagena