Esta mujer menuda, de cabellos cortos medio rebeldes y sonrisa permanente, vivió su infancia entre el olor del cafeto en flor, el parque de Palestina, los paseos a la finca, la risa y la compañía de sus hermanos. Entre este tranquilo ir y venir terminó sus estudios e inició el ejercicio de la docencia en una escuelita rural primaria de alguna vereda en territorio que, al dividir a Caldas cortando las alas de la mariposa cafetera, ahora pertenece al departamento de Risaralda. Pero una diáfana mañana cafetera sorprende a su madre diciéndole que “la docencia no es lo mío, lo mío es la enfermería”, y con estas palabras anuncia que regresará a su pueblo y a su casa para estudiar, lo que logra con total éxito para iniciar su ejercicio como auxiliar de enfermería en el Hospital de Palestina. Siempre acompañando silenciosa y sonriente a su hermano Libardo Rengifo en sus correrías de defensor de Derechos Humanos, se va contagiando de ese espíritu, de las ganas de pensar y sentir, de conmoverse con el dolor del otro, de no callar lo que le parecía injusto. Entre bailes y fiestas con sus amigas y compañeras de trabajo, turnos en el hospital, paseos, reuniones con su hermano, seguía riendo con la alegría de la juventud: “reír, porque hay que reírnos de la vida, no que ella se ría de nosotros”.. Y con esa alegría asumió con compromiso, valor y entereza la defensa de pacientes, compañeras y compañeros de trabajo, exigiendo respeto y aplicación de los derechos y condiciones dignas de trabajo. Sus exigencias dejaron huella, tanto que dos años después de su partida serían el cimiento para la creación de la Asociación de trabajadores de clínicas y hospitales, Anthoc.
La noticia del atentado que le causó la muerte a su hermano Libardo, ocurrido el 30 de abril de 1989, borró su sonrisa por un tiempo, pero de a poco la fue recuperando, ya no tan amplia quizá, ya un tanto ensombrecida, pero asumiendo que había que “recordarlo con alegría y compromiso”, se dio a la tarea de investigar para tratar de encontrar la verdad, esa verdad que las víctimas de la criminalidad estatal hemos buscado por décadas, esa verdad esquiva, oculta, esa verdad que solo conocen los victimarios: ¿quién ordenó el crimen?, ¿quién lo ejecutó?, ¿por qué?
En medio de un ambiente de temor por los continuos hechos violentos contra quienes enarbolaron, en esa época aciaga la defensa de los DDHH, inició su búsqueda peligrosa e incesante porque necesitaba, le urgía saber la verdad que le permitiera hacer duelo y honrar la memoria de Libardo. Entre 1989 y los primeros meses de 1993, preguntaba aquí y allá, indagaba, presentía, lloraba, reía para desterrar el llanto y la tristeza que le causaba la ausencia de una vida arrebatada. Por momentos sentía que se acerca a la verdad, pero se le alejaba, se le iba como agua entre los dedos. “No pregunte tanto”, le decía el comandante de la Policía del Departamento; “Es reserva del sumario” le respondía el agente del Das; “No sabemos nada” clamaban los posibles testigos. Sin desfallecer, siguió ejerciendo su labor de auxiliar de enfermería y defensora de DDHH, combinando sus roles de madre, esposa, defensora, trabajadora de la salud, hija, hermana en busca de la reivindicación de la memoria de su hermano. En la práctica demostró aquella teoría naciente en esa época: “Las mujeres tenemos doble y hasta tiple militancia” (Unión de Mujeres Demócratas). La mañana del 20 de abril de 1993, Marleny entregaba su turno agotada, después de trabajar toda la noche en el Hospital de Palestina. Salió para irse a su casa a descansar, pero justo en la puerta del Hospital, cayó asesinada. Su señora madre dice con nostalgia que “ese fue el descanso”.
La criminalidad estatal se ha invisibilizado por mucho tiempo en nuestro país y aún más invisible han sido las violencias contra las mujeres, la historia de Marleny, la de su hermano, la de tantos y tantas víctimas se pretendió ocultar, y casi que quedan ocultas; las familias, las organizaciones de víctimas y defensoras de Derechos Humanos, las traemos poco a poco a la memoria, recuperando su dignidad, su legado. La historia de Marleny Rengifo es similar de la Marisol Garzón, hermana del gran humorista Jaime Garzón, asesinado el 13 de agosto de 1999: ambas eran mujeres asumieron con valor un liderazgo público en busca de la verdad sobre la muerte de sus hermanos, para limpiar el nombre de estos reconocidos defensores de derechos asesinados por la criminalidad del Estado. La diferencia, la dolorosa diferencia, es que a Marleny le arrebataron la vida en su búsqueda, mientras que Marisol continúa en su lucha. Estas ausencias impuestas se hacen permanentes presencias en cada esquina de Palestina, en cada pasillo del Hospital, en cada acción de defensa de derechos, en cada mujer que esperanzada le sonríe a la vida, en cada grito, en cada tango, en cada baile, en el paseo, en el blanco de la flor del cafeto, en el aroma a tinto colándose en las cocinas para disfrutarlos en los primeros tragos mañaneros.