Abre las puertas de la memoria

PARA RECONOCER EL VALOR DE NUESTRO TERRITORIO

* CAPÍTULO TERRITORIO *


Sabedores y sabedoras, médicos tradicionales, líderes, guardianes y guardianas de conocimientos ancestrales, o personas comunes y corrientes con un fuerte arraigo por su espacio vital, que eran queridas y respetadas por sus vecinos, amigos y familiares. Esos eran Augusto y Napoleón Uchima, María Fabiola Largo Cano, Luis Ángel Chaurra Tapasco y Luis Fernando Ladino Cataño, indígenas embera chamí o campesinos habitantes de los Resguardos Cañamomo Lomaprieta, Escopetera y Pirza y Nuestra Señora Candelaria de las Montañas, de los municipios Supía, Riosucio y Sipirra, Caldas.

Aunque en la amplia gama de victimizaciones que ha generado la violencia sociopolítica en Colombia a veces es difícil entender los motivos o motores de la guerra, en buena parte de los casos se evidencia que la persecución busca facilitar el acceso a recursos naturales ambicionados por múltiples actores. Nuestro territorio, por una afortunada casualidad de la vida que muchos autores llaman “la maldición de la abundancia”, goza de inmensas riquezas naturales que son insumo básico y esencial de la producción mundial. Pareciera que en el escenario económico-político contemporáneo, Colombia solo tuviera un mandato que obedecer: servir como cantera de materias primas en servicio de la producción internacional.

El problema es que la satisfacción de esas exigencias del capital transnacional implica la explotación de la naturaleza, aún en detrimento de los intereses de aquellas personas que tradicionalmente han habitado los territorios, y que en torno a ellos han desarrollado su identidad colectiva e individual. Para nuestras comunidades rurales la espiritualidad, cosmovisión, la esencia de sus relaciones, está mediada por la idea de TERRITORIO, concebido como un espacio vital sin el que la comunidad no existe. Para pueblos indígenas, pero también campesinos, el territorio es vida, tradición, historia; comunidad y territorio son uno solo.

Como la ambición de poder y de dinero no conoce límites ni respeta vidas, muchas personas que alcanzaron un reconocimiento dentro y fuera de sus territorios para defender sus tradiciones y derechos fueron específicamente perseguidas y asesinadas. Pero incluso muchas, muchísimas más, sin ser “ni agua ni pescado”, como dice la esposa de una de las víctimas aquí retratadas, vieron rota su cotidianidad, perdieron sus seres amados, se volvieron extraños en sus propios territorios y, finalmente, tuvieron que abandonarlos y romper el vínculo con esos lugares que constituían parte de su ser.

Nuestro propósito no es exclusivamente narrar estas historias sino, principalmente, abrir las puertas de la memoria para reconocer el valor de nuestros territorios y destacar relatos de resistencia y dignidad que satisfagan los derechos de las víctimas y que aporten a la no repetición de tan macabros actos.

Luis Ladino