Letras y sonrisas que desvanecen

Carlos Mario Osorio

Carlos Mario Osorio

POR: Laura Montoya


En una finca ubicada en Chever, una vereda del municipio de Dabeiba, Antioquia, un bebé de tez morena y hermosos risos, nació el 4 de abril de 1973. Recibió por nombre Carlos Mario Osorio, en el seno de una típica familia campesina, de la que fue el quinto de siete hermanos.

La gran casa en que vivían fue testigo de la infancia de Carlos. Él y sus hermanos crecieron en medio de los perros cazadores, gallinas, vacas y marranos. Él y uno de sus hermanos ayudaban a su padre ordeñando y encerrando las vacas, cuidando los terneros y haciendo todas las labores que el campo demanda y que su padre les enseñaba con amor. Al medio día, Carlos y su hermano se escapaban a un charco cercano, al cual tenían prohibido ir después de trabajar, pero las ansias y rebeldías infantiles eran más fuertes que el miedo a las represalias que sabían que iban a enfrentar después, pues su padre les fomentó con amor y mano firme la disciplina necesaria para que fueran personas de bien.


Carlos se diferenció de sus hermanos por su personalidad carismática y extrovertida, con sus bromas divertía a su familia. Era tan inquieto que su mamá le daba correa de cuando en cuando, aunque se libraba corriendo por toda la casa diciéndole “oe que no me coge, oe que no me coge”. A punta de sonrisas y caritas la hacía desistir de la persecución y simplemente lo dejaba ir solo con una advertencia. En las noches cuando su padre los organizaba para el rezo de las 6:00, a Carlos se le trababan las palabras y se le olvidaba el padrenuestro. En otras ocasiones, a causa tal vez de su aburrimiento o simplemente por no negar el gusto que le producía, molestaba en particular a una de sus hermanas para llamar su atención y, quizás, demostrarle su cariño. Al excederse un poco, se presentaban situaciones en la cuales eran necesarias las reprimendas de su padre que, como lecciones de vida, exigían reconciliarse con sus hermanos con un beso, un abrazo y una disculpa.



Carlos Mario Osorio creció en compañía de sus hermanos en medio de los perros cazadores, gallinas, vacas y marranos.

Jhon Fredy

La gran inteligencia de Carlos no se tradujo en ímpetu para estudiar, sino más bien en un gran ánimo para trabajar y querer salir adelante junto con sus hermanas. De gran instinto de protección con su familia, a quienes dedicaba las ganancias de su trabajo, siempre se esforzaba para ganar el dinero suficiente para tener una vida más cómoda para todos. También construyó fuertes amistades por su gran disposición para ayudar a cualquier persona. Se convirtió en un hombre atractivo que tuvo varios amoríos en el transcurso de su vida, era grande como su padre, y con la tez morena y rasgos indígenas de su madre.

Después del fallecimiento de su madre y cuando él ya tenía 18 años, le propuso a su hermano que partieran juntos e iniciaran una carrera como militares, empezando por pagar el servicio militar. Esa decisión fue motivada por ese impulso que sintió desde niño por querer trabajar y salir adelante. Además, su novia quedo embarazada, antes partir, de un bebé que crecería sin su padre.

Estando en el batallón, Carlos comenzó a desarrollar un gesto de cariño para su familia y un refugio para pasar sus días, al escribir sin pausa cartas que, con su puño y letra, describían todas las vivencias y sufrimientos que traía portar un uniforme militar, pero siempre les recordaba a sus hermanas lo mucho que las quería y que todo ese esfuerzo valdría la pena, ya que conseguirían salir adelante con el trabajo y la pujanza que heredaron de sus padres. En esas letras predijo el dolor que se avecinaría, al comentar, entre líneas, las irregularidades que en la vida militar estaban sucediendo: en las fuerzas armadas del Batallón Guadalupe de Antioquia, las vidas de los soldados se estaban esfumando debido a que la mano negra de los paramilitares se había aliado con la de su comandante. Ahora ser testigos de lo que pasaba en el batallón era ya una sentencia de muerte.


Las cartas llegaron sin falta desde el momento en el que Carlos se fue a prestar el servicio militar hasta cuando era soldado profesional. Pero cesaron en septiembre de 1993.

A partir de allí todo fue zozobra y sufrimiento para su familia: Carlos no aparecía. En ejercicio de su labor como soldado, la tierra parecía habérselo tragado aparentemente sin ninguna explicación. El Batallón solo pudo calumniar la dignidad de Carlos, señalando que se había retirado de la tropa desde abril como traidor de la causa. Pero hay ojos en todas partes, ojos que vieron las torturas que le infligieron hasta causarle la muerte, para después dejarlo en una fosa común, testigo de esas letras rotas que expresaba su alma. Tras las investigaciones, los bárbaros camuflados han trasladado su cuerpo como si fuera pieza en un rompecabezas que no quieren que se arme.

Al comienzo, su novia creía escuchar su voz en el viento y salía desesperada de su casa a buscarlo, para luego darse cuenta de que era una ilusión. Ilusión que su familia nunca pierde por esclarecer los hechos de su desaparición, a pesar de las amenazas que surgen como barreras de impunidad y miedo. Quieren que su nombre no sea una cifra de archivo y conocer la verdadera razón del absoluto mutismo que quedó desde esa última carta en septiembre del 93. Hoy su familia se ha dividido y algunos de sus miembros habitan el departamento de Caldas, donde iniciaron una lucha organizativa por la justicia, la memoria y la verdad.

JFredy Montes