“Nuestro educador marmateño, eterno luchador por la causa de los más humildes, por la causa de los más necesitados. Siempre al lado de los obreros y de los maestros, velando por el cumplimiento de la ley y del respeto a los Derechos Humanos. Personas como él nunca mueren, se quedan para la historia.” Periódico Identidad Marmato
Hernán de Jesús nació en el Pesebre de Oro de Colombia, Marmato, Caldas, el 17 de octubre de 1940; hijo de la mestiza Argemira Parra y el afrocolombiano Luis Enrique Ortiz Ortiz, que se enorgullecía de su piel negra y su cabello crespo. En los primeros años de su vida, su aprendizaje fue en el trabajo agrícola al lado de su madre y en los socavones de las minas junto a su padre. Allí nació una identidad de raza que luego se traduciría en la proyección de sus ideas y luchas junto a la clase trabajadora -campesinos, mineros, maestros- en Caldas. Leonardo Ortiz su hermano, dice que el compromiso con la lucha sindical nació con él, que estuvo en su vida desde siempre y hasta siempre, ligado a la clase social en la que nacieron, humilde y trabajadora. Hernán vino desde abajo y anduvo entre obreros con hambre y manos sucias; enseñar verdades como estas y también los futuros posibles, fueron los primeros pasos de aquel defensor incansable de la clase trabajadora del departamento. El proceso de formación de su pensamiento y vocación como educador inició en la Escuela de varones de Marmato, que más adelante se conocería como Maximiliano Grillo; la secundaria la realizó en el Colegio Nacional de Riosucio y en 1976 recibió el título de maestro en la Normal Nacional de Manizales. Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad de Caldas y se especializó en DDHH en la Universidad de Manizales. Las gentes que le conocieron dicen que las vacaciones y fines de semana de Hernán los pasaba en el Hospital de Caldas, ayudando con medicinas, pasajes, alimentos y estadía a los maestros y campesinos que llegaban de todos los rincones de Caldas.
“Tierra pal que la trabaja” fue una de las causas que abrigó para con los trabajadores del agro, por lo que apoyó las primeras tomas de tierra en Marmato, Supía y Anserma. Consolidó junto a su padre el capítulo Marmato de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, pues ya en sus ideales afloraba la necesidad de articular las luchas y conjugar el verbo unir. En 1977 las bases sociales de los docentes del magisterio caldense, reconociendo el liderazgo de Hernán, lo eligieron para integrar la Junta Directiva del sindicato de Educadores Unidos de Caldas, Educal. Desde ese momento este hombre aleccionador, con espíritu crítico y reflexivo, vivió durante 25 años la lucha sindical con total convicción, compromiso y responsabilidad, no solo con el sindicato sino también con las luchas campesinas y de DDHH en el departamento.
Reconstruir la historia del sindicalismo en Caldas implica reconocer eternamente la presencia de Hernán y su fuerza viva aferrada al cambio, al lado del pueblo, de las masas. La creatividad para el ejercicio del poder por parte de la clase trabajadora fue su arte; su única arma siempre fue la palabra, siempre pensó con sus ideas y las ideas de la gente revolucionaria. Este maestro, intelectual y soñador deseó conformar la “Organización de los Pueblos”, que sería un espacio de unidad, articulación y lucha colectiva por los derechos de los indígenas y afrocolombianos en Caldas. Quizás sin pensarlo solo faltó ponerle ese nombre, pues junto a su hermano y colega Leonardo Ortiz en Marmato, Rey María Salazar Tapasco en Riosucio y Alonso Moreno en Supía impulsaron, motivaron y movilizaron lo que, para quienes los conocieron, fue el más grandioso Frente Sindical en Caldas, que articuló luchas campesinas y de maestros con las comunidades indígenas de Riosucio y los afrocolombianos de Marmato y Supía. Leonardo recuerda a su hermano con un carriel en él que nunca faltaban la Constitución y la propaganda de El Educador Caldense. Era un hombre simpático, muy amable, muy dado a la conversación, aleccionador en cada interacción social. Era el líder de las masas, un Gaitán. Ese hombre movía pueblos en defensa de los Derechos Humanos: donde había una injusticia allí estaba él para evitarla. Hernán le envío este mensaje a su hermano Leonardo tres años antes de su asesinato “es conveniente reflexionar ya que cada momento que se desprende en el reloj del tiempo nos acerca al gran final, pero que sea un final donde dejemos avances en beneficio de la clase obrera y del proletariado a nivel internacional.”
Fue el viernes 12 de abril de 2002 el día escogido por los paramilitares para aniquilar la vida de sembradores de ideas con alma de pantano y tierra, sembradores de libertad, semillas que germinan en la memoria de quienes honramos el recuerdo y lucha de hombres como Hernán “El Negro” Ortiz. Ese Hernán departía junto a su amigo Jose Robeiro Pineda, activista de Sintraelecol, en un restaurante ubicado a un costado de la plaza principal de Aranzazu, norte de Caldas, municipio conocido por muchos como “Remanso de paz”. Fue asesinado con balas del revólver de Nelson Enrique Toro, alias Fabio, y Pablo Hernán Sierra, alias Alberto Guerrero, hombres del Bloque Cacique Pipintá de las AUC. Hacia las 7:30 p.m. “Otra vez los enemigos de la vida, de la paz y de la democracia, hicieron su macabra aparición; (…) Con este acto de barbarie se pone de manifiesto la fragilidad del derecho a la vida y de los Derechos Humanos fundamentales, las pocas garantías para la actividad social, política y sindical y la brutal arremetida de las armas frente a las ideas”, decía el comunicado de la Asociación Caldense de Licenciados. Este crimen es reconocido por el gremio docente caldense como un magnicidio, ya que se exterminó la vida de un ser representativo para las comunidades afrodescendientes, campesinas y de maestros del departamento y del país.
Se trató de un crimen de Estado, cuyos autores materiales e intelectuales fueron paramilitares aliados con la clase política local, pues desde finales de la década de los 90 Hernán se había encargado de denunciar y visibilizar estos vínculos, así como la existencia de listados de sindicalistas del departamento de Caldas que habían sido convertidos en objetivos militares por una organización denominada Muerte a Sindicalistas, MAS. Rubio Ariel, encargado del Área de Derechos Humanos de Educal, insiste en que “la intencionalidad fue privar al sindicalismo en Caldas de 40 años de avance, formación y consolidación organizativa de uno de sus principales dirigentes. La lucha continúa, pero hay un retroceso, porque el objetivo que persigue el Estado es frenar los procesos organizativos de los trabajadores y campesinos”. Leonardo Ortiz, en homenaje a su hermano escribió con la tinta indeleble de la memoria: “Educal, escuela de sabios, de mujeres dignas, de obreros (…) tu roja bandera la cargamos todos, allí va la sangre de un pueblo inmortal que dio su existencia a través de mártires maestros que sembraron semillas de la libertad, avivando conciencias a diario, intelectuales a quienes el Estado asesinó por así pensar”. Las multitudes acompañaron la marcha final de Hernán, la ciudad de Manizales se vistió de luto y tristeza para extrañar por siempre al maestro que luchó fuerte y altanero pregonando en Caldas y en toda Colombia que todo es posible cuando hay unidad.